No se conocían,
aunque dice la leyenda oriental
que un hilo rojo los unía
y también un destino,
la siguiente parada
frente a la cafetería.
El reconocía la exótica sensación
de ese perfume... sí, lo había soñado
quizás en aquel jardín japonés
o solo era parte de su fantasía.
Ella pensaba si esas no eran
las manos que anheló
mezcladas entre sus cabellos
aquel verano en alguna orilla.
Parecía que solo existían
él y ella en esa mañana fría,
en un autobús afín a una isla
en la cual solo sobrevivían
dos naufragos,
¿el resto? el resto se ahogó en la rutina.
Llegó la parada... pero él aún no se iría,
dulcemente le preguntaría
- ¿cerezas verdad?
Y ella sonriendo pensaría... esas
manos... y agitando sus pestañas
- ¿tomamos un café en la esquina?